Esos espacios abigarrados, aromatizados por el incienso, plagados de luces y sombras que la iglesia católica siempre a sabido ejecutar se abren ante la cámara en espera de del recogimiento del creyente. Cuando, si hay suerte, todo encaja y el espejo se eleva en la imagen queda grabado un pedazo del rezo que uno solo puede intuir.
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